@csantanatalia
¡Nos vamos a la boda de un amigo!
Hay veces en la vida en las que uno tiene la suerte de vivir momentos que quedan grabados para siempre, y poder fotografiar la boda de un amigo de hace años es sin duda uno de esos momentos. Nuestra historia con Jaime es de esas que te marcan, de las que te hacen sonreír cuando echas la vista atrás. Nos conocimos cuando la vida empezaba a despuntar, cuando creíamos que ya éramos mayores y no teníamos ni idea de la suerte que nos esperaba. Desde entonces, nos hemos visto crecer, madurar y lograr esos sueños que parecían tan lejanos en su momento. Por eso, cuando Jaime nos pidió que fotografiáramos su boda, sentimos que nos había hecho el mejor regalo del mundo.
Podría pasarme horas hablando de él, de su humor, de su bondad, de cómo siempre ha estado ahí en las buenas y en las malas. Pero si me pongo a ello, corro el riesgo de quedarme corta y, lo que es peor, de hacerle sombra a lo más importante de todo: ELLOS. Porque Elena y Jaime son, sin duda, todo lo que buscamos en nuestras parejas. Son esa chispa que se enciende con una mirada, ese equipo que se fortalece con el tiempo y que es capaz de hacer que el mundo se detenga solo con estar juntos. ¡Son pura magia!
La historia de Elena y Jaime comenzó de la mejor manera posible. Elena, rodeada del amor de su familia y la ternura de su bebé, vivió sus preparativos de una forma tan íntima y auténtica que a Carlos le brillaban los ojos mientras capturaba cada momento en esa casa llena de vida. Mientras tanto, yo tuve la suerte de empezar el día con Jaime, y os puedo asegurar que lo hizo a su manera, con ese toque único que lo define. Su primera parada fue la barbería, un ritual que no podía faltar y que marcó el inicio de un día increíble. Luego, un almuerzo entre amigos que dejó claro que la mañana sería inolvidable. El ambiente que se creó allí fue sencillamente espectacular.
El gran «sí, quiero» tuvo lugar en Santa Engracia, un escenario tan imponente como romántico, que no hizo más que realzar la belleza del momento. A partir de ahí, todo fue una fiesta, un torbellino de emociones, risas y momentos que quedarán en el recuerdo de todos los que tuvimos la suerte de estar allí. La celebración continuó en La Casa de las Hiedras, un lugar que parece sacado de un cuento, y que supo guardar en sus paredes cada instante de amor, amistad y ese lujo tan especial que es saber disfrutar de las pequeñas cosas.
Y es que, cuando tienes la oportunidad de trabajar con personas como Elena y Jaime, todo fluye, todo brilla. Ellos son el ejemplo perfecto de que las bodas son mucho más que una celebración: son la historia de dos vidas que se unen para siempre, rodeadas de la gente que más quieren. Todo ello, con la ayuda de un equipo de proveedores de lujo que hicieron que el día fuera aún más especial: el maquillaje perfecto de Cruz Malo, el espectacular vestido de Lecumberri Atelier, y, por supuesto, la increíble finca La Casa de las Hiedras, que puso el broche de oro a una boda que fue, sin duda, un verdadero regalo.
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